Falsas ilusiones

¿Redundante? ¡Por supuesto! Por definición una ilusión es algo que no coincide con la realidad. Las ilusiones son percepciones erradas que construimos a través de gazapos cometidos por nuestros sentidos o, peor aún, elaborados por nuestro ser con los respectivos aportes de ladrillos, columnas y demás materiales que le provee generosamente nuestra imaginación.

Las ilusiones que confunden nuestros sentidos, a menos que desencadenen un accidente, generalmente son inofensivas e incluso divertidas. Así, podemos entretenernos al descubrir el abismo que separa la ilusión de la realidad en un juego óptico, con infinitas curvas que parecen moverse, o en las cuales aparecen y desaparecen formas y objetos, dependiendo dónde se enfoque tu atención.

Este tipo de ilusiones son externas y te invitan a su embrujo momentáneamente. Pero ¿qué pasa cuando tú eres el creador? Esa ilusión puede impregnarte de su visión de tal manera que para los efectos prácticos se convierte en tu realidad indefinidamente o al menos hasta nuevo aviso. Además uno suele echar mano de todos los recursos para darle vida y fuerza a aquello que sientes que te motiva, te entusiasma y te resulta gratificante.

En este caso las ilusiones terminan siendo un narcótico auto medicado que genera una pantalla gigante que anteponemos a nuestro nervio óptico y donde proyectamos nuestra bella producción cinematográfica idealizada. Un vicio perverso que no hemos tenido el coraje de ilegalizar. Un juego interminable que da y quita a discreción.

¿Peligroso? Puede que si, puede que no. Ciertamente hay un riesgo implícito de que en algún momento la realidad logre abrirse camino, despiadadamente, para desmoronar las pilas de naipes que segundos antes parecían castillos de concreto armado. Y para ello no hay contrato de seguro que corra con los daños. El umbral de peligro vendrá dado por la brecha que exista entre la ilusión elaborada y la terca realidad. Claro que uno sabrá de su magnitud solo cuando ya sea muy tarde.

Y aún así una persona sin ilusiones es un autobus vacío, una discoteca sin música, un restaurante sin comida, una biblioteca sin libros. Un fracaso. Es una evidente contradicción que no tiene solución. Un enigna más de la vida que hay que enfrentar sin mapas, ni manual de instrucciones. Podemos evitar las ilusiones por algún tiempo, temiendo sus posibles consecuencias, pero al sucumbir nuevamente en alguna, nos damos cuenta inmediatamente que siempre perderemos la batalla. Siempre vencerá nuestro contradictorio instinto de conservación.

¿Para qué ilusionarnos? ¿por qué someternos a esa pérfida autosugestión? Solo al pasar por innumerables procesos de ilusión-desilusión y de reflexionar sobre el tema, es cuando caemos en cuenta que las ilusiones son para el ser humano, como las alas para las aves. Nos sostienen, nos mantienen vivos o al menos con ganas de vivir, pero no hay que volar más alto de lo que la envergadura de nuestras alas permitan.

¿Será entonces que estamos condenados — por nuestro bien — a vivir en el auto engaño? Si necesitamos las ilusiones para sentir vibrar nuestro ser, para estar plenos de energia vital ¿acaso significará esto que sin ellas estamos indefensos ante una realidad alejada de nuestros deseos? Verlo así quizá sea algo extremista ya que nada en la existencia es exclusivamente blanco o negro. Puede que la receta para mantener el anhelado equilibrio sea aplicar dosis de ilusiones a juicio del facultativo. Y el único que está facultado es uno mismo, pero recordemos siempre que un error en la prescripción puede traer efectos secundarios no deseados.

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