Memorias de La Pradera. (Parte 4: Los carnavales)

En uno de esos muchos viajes semanales a Coche para practicar conocimos a un entrenador de beisbol menor de apellido Barazarte, que al vernos pasar cuando salíamos del polideportivo Andrés Miranda, nos preguntó si conocíamos a niños de 5 o 6 años que quisieran jugar pelota. El campeonato la la Liga Distrital inauguraba pronto y él lidiaba con el poco tiempo que le quedaba para conformar el equipo preparatorio de la divisa patrocinada por el Ministerio de Sanidad.

Fue así como el siguiente miércoles se sumaron a nuestros miércoles de pelota Julio César, Elías y Hugo. Ese día los probaron y enseguida les entregaron el uniforme porque ese sábado arrancaba la competencia. No podíamos creerlo ¡Nosotros teníamos meses tratando de recibir y lucir nuestro flamante uniforme del INH y estos novatos chipilines con un solo viaje ya lo lograban!

Estos tres chamitos conformaron ese año — puede que haya sido en 1974 —  el cuadro interior de Sanitos BBC. Elías en segunda, Julio César en el campo corto y Hugo en tercera. De ellos Hugo fue el que permaneció más tiempo en el equipo, de hecho toda su exitosa trayectoria de beisbol menor la hizo con esta novena. De semillita a juvenil y de allí al “AA” de la Universidad Central de Venezuela.

Pero aparte de nuestra incorporación al beisbol organizado, la historia de los encuentros deportivos informales entre las diferentes zonas de Montalbán fue muy intensa y competitiva. Y es que cada quien defendía su feudo agerridamente y con cierta frecuencia enfrentamos — al principio — al Camino Real y al Samán. Posteriormente surgió la memorable rivalidad con La Codazzi y más adelante con La Frontera, ya en la época de Las Olimpiadas de Montalbán… pero esa etapa merece un capítulo aparte más adelante.

Los carnavales.

Recién llegados a La Pradera y con motivo de los carnavales se organizó una gran feria que reunió en el estacionamiento a los vecinos de los cuatro Prados. Los festejos incluían competencias tipo gimkana: carreras de saco, el huevo y la cucharilla, competencia de disfraces… y por supuesto la elección de la reina de carnaval.

Y no nos conformamos con elegir una Reina. Fueron dos porque se escogió tanto la Reina Infantil como la Juvenil. La infantil fue la chiquitita y graciosa Maricris — la hermana de Julio César — y la juvenil resultó la hermosa Claribel – hermana de Pancho –. Fueron dos días para que los más pequeños lucieran sus disfraces paseándose de Prado ”A” a Prado “D” y viceversa, ya que en aquel entonces no existían las odiosas rejas que ahora separan cada edificio.

Esta actividad fue todo un éxito y los más grandecitos participamos en todas las competencias y regamos papelillos hasta en los más escondidos rincones del estacionamiento. Eso sí, luego barrimos entre todos. Recuerdo que la idea era hacerlo todos los años, sin embargo lamentablemente esa fue la única edición. Todo aquello unió a los vecinos, quienes tuvieron la oportunidad de conocerse mejor y compartir, resultando muy positivo para consolidar la convivencia en las residencias.

Esta fue la época romántica de los carnavales. Ya un poco más crecidos se volvió algo más salvaje el asunto. Jugar con agua era imperativo y las guerras de bombas de agua fueron épicas. Cada año se agarraba al más descuidado para que volviera a su casa mojado de pies a cabeza. Una víctima para el lunes y otra para el martes. Está vez recorríamos todo el estacionamiento pero corriendo tratando de escapar de las bombas o persiguiendo a quien queríamos bautizar con los líquidos del Rey Momo. Incluso la gente se asomaba en los balcones para ver el espectáculo entre sonreídos e indignados.

No era por casualidad que en esos días, a algunos cuyos padres tenían vehículos, les daba por lavarlos para aprovechar el jaleo con los tobos. Recuerdo llevar en ocasiones éstos mismos tobos llenos de bombas de agua y pasear por Montalbán en búsqueda de incautos peatones que tenían el atrevimiento de transitar las calles esos días de carnaval, y de quienes recibíamos el correspondiente insulto al sentir el golpe y la humedad, antes de acelerar para huir.

También nos divertía pasar por las otras zonas de Montalbán que estaban en lo mismo y entablar batallas campales itinerantes. Aunque no todos los usábamos, los huevos también aparecían para empeorar las cosas. Al llegar a la casa si teníamos suerte podíamos escabullirnos al lavandero, quitarnos la ropa mojada, ocultarla entre la que ya estaba allí, evitando así el regaño… al menos por un rato.

Es insólito pero en estas sanas maldades (¿sanas?) a veces la víctima colaboraba. ¿Cómo así? Pregúntenle a Pepe quien en un carnaval quedó lleno de barro, huevo, pintura, etc, pero no escapaba. Solo amagaba y volvía al centro del huracán para seguir llevando castigo. Por un rato berreaba e incluso lloraba, pero al rato se acercaba dispuesto a seguir recibiendo andanadas de agua y barro. Era una especie de “masoquismo carnestolendo”, apostando a ganar el trono del peor tratado. Creo que en otra oportunidad le tocó esta mención honorífica a Nicola. Quizá alguno de Uds. lo pueda recordar con más detalle.

El Bullying.

El bullying fue inventado en La Pradera lo que pasa es que se le llamó “chalequeo” y no llegamos a traducir el término al inglés . Como dije anteriormente la mayor parte del tiempo la dedicabamos al deporte, pero mezcladito con el chalequeo. A todos nos tocó cuotas de “aplique” — ese era un sinónimo — pero hubo algunos que llevaron una carga más pesada. Si te molestabas era mucho peor. La mejor estrategia era seguir la corriente y disipar el entusiasmo de los chalequeadores con indiferencia. Si te enfrascabas con el asunto tenías todas las de perder.

Se producía una suerte de sinergía porque podía haber un grupo numeroso reunido y sin hablar o acordarlo previamente, de pronto todo el mundo sabía que le tocaba a uno de los presentes. De allí en adelante no había pausa ni misericordia. Todas las baterías se enfilaban hacía ese elegido. Si era lo suficientemente inteligente para campear el temporal, existía la posibilidad de desviar la malévola energía hacia otro. De lo contrario terminaba — casi siempre — cogiendo camino prematuramente hacia su casa. Incluso a veces con llanto en los ojos. Pero no había espacio para rencores. Al día siguiente salía de nuevo el sol y todo quedaba atrás. Con suerte hoy sería parte de los chalequeadores y no el chalequeado.

A todos nos tocó, pero sin duda hay un caso que creo que a estas alturas habría que recordar con cierta vergüenza por la saña con la que se la dedicamos: Latella. Éste fue el caso típico que configura un abuso sistemático sobre una persona. Era una condena solo por ser distinto. De verdad que a la distancia que ahora impone el tiempo transcurrido, todo aquello resulta una verdadera vergüenza. Y creo a todos nos consta que era (o es) muy buena persona.

Fueron muy pocos los días en que Latella no tuvo que lidiar con el chalequeo. Y como en general reñía, entonces era peor. Si éramos dos o tres reunidos no había mayor problema porque en “petit comité” muchos lo trataban de maravilla, pero el riesgo aumentaba proporcionalmente al tamaño del grupo. La masa parecía que alimentaba el morbo de los presentes para seguir resaltando sus deficientes habilidades para el deporte, el modelo o color de sus zapatos, su peinado, sus lentes, o cualquier cosa que sirviera para mofarse y detonar las crueles carcajadas. Por supuesto que varias veces terminó en golpes el asunto.

(Continuará…)

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