Memorias de la Pradera. (Parte 5: La Música)

El chalequeo tenía como ventaja sobre el deporte que no requería de luz solar o un espacio especial para su práctica. Así que por mucho rato la ocupación de los que nos reuníamos a cualquier hora era la de hacerle la vida cuadritos a alguien. En tiempo de vacaciones, al no haber la obligación de levantarnos temprano, eran larguísimas esas sesiones en el estacionamiento. Tan largas que a veces hasta nos sorprendía el amanecer. Eso si, ninguno de nosotros era vicioso, ni siquiera el licor nos acompañaba en esas madrugadas.

La música.

Definitivamente la música es un elemento poderoso a la hora de evocar situaciones y épocas pasadas. Y es que la música tiene la capacidad de ser como un “locker” mental donde se almacenan sentimientos, sensaciones e incluso olores que sentimos y percibimos cuando ciertas canciones estaban en su apogeo. Por supuesto que cada generación tiene su repertorio y yo tuve la gran suerte de estar expuesto a la más variada gama de géneros musicales, gracias a La Pradera y a lo que escuchaban y seguían mis más cercanos panas de la infancia.

Antes de llegar a La Pradera mis referencias musicales fueron sembradas en mí por mis tías. Ellas escuchaban a los “galanes” de la época como Camilo Sesto, Nino Bravo, Roberto Carlos y hasta Raphael, es decir cantantes que imponían para el momento hermosas baladas románticas, cuyos discos ellas atesoraban y sonaban en el “picó”. También gracias a ellas había escuchado a los Beatles y a los Bee Gees. Aunque no descarto una que otra guaracha que se escuchara casa de mis abuelos maternos, todo esto dio un giro en La Pradera. Fue un encuentro con opciones antes no valoradas.

No cabe duda que la década de los setenta fue mágica y trascendente para la música afrocaribeña con esa explosión de talentos latinos que se criaron en Nueva York y que dio origen a lo que hasta ahora podemos decir que es la más importante agrupación de la historia musical, incluso tomando en cuenta cualquier género: La Fania All Star. Desde los años 40’s músicos académicos de la talla de Pete Rodriguez (ojo que no es el Conde) y Jhonny Colón (no, no es familia de Willie) llevaron a cabo los primeros experimentos fusionando el Jazz y el Blues con los géneros afrolatinos, incorporando los instrumentos usados en el son montuno y otros ritmos caribeños — la conga, el bongó, charrasca, etc. — naciendo inicialmente de allí el boogaloo. Esto desató una euforía por lo latino que se expandió por todo el continente. Después los siguieron genios como Joe Cuba y la dupla conformada por Richie Ray y Bobby Cruz que sembraron los cimientos de la salsa.

Y hablo de la Fania porque una de las cosas memorables de La Pradera fue la colección de discos de la Fania que Miguel  atesoraba con un fervor religioso. Pero claro que no era solo para contemplarlos. En el apartamento 94 del Prado “C” lo que se escuchaba era Fania todo el día y casi siempre acompañada con pan de sandwich untado con abundante “picanesa” (léase Sandwich Spread de Kraft). Debo aclarar que Miguel no solo coleccionaba los discos de vinil de La Fania. Miguel tenía todos los discos que existían… o al menos así me parecía. No sé que habrá sido de toda esa inversión, pero allí habían unos reales. Si no recuerdo mal, Eleazar con los contactos de su papá en las discográficas, le conseguía los discos aún antes de su lanzamiento al mercado. Ser el primero en escuchar un disco de moda no tenía precio.

En casa de Miguel y Julio aprendí a apreciar esa música que conocimos como salsa “cabilla”. Al poco tiempo también explotaba el fenómeno de Oscar D’León con la Dimensión Latina que competía por la atención de los salseros, sin nada que envidiar a los monstruos que ya se consagraban en La Fania. Igual Miguel los tenía todos y se repetían incesantemente hasta aprender al “pelo” todos los cortes del timbal. Julio con su afro asumía el rol de Oscar en las parodías que con cierta frecuencia montábamos. Por supuesto que en estas escenificaciones el papel de “Albóndiga” estaba reservado para el Gordo Carlos.

Otra rama musical distinta a esta la descubrí a través del “Pollo”. Y es que su papá, Nacho (QEPD), tenía una tienda de discos muy cerca del Peaje — donde ahora se encuentra el Centro Comercial Multiplaza Victoria –, y dadas sus raíces se inclinaba por la música caliche… y bueno, algo se hereda. De hecho su apodo se lo debe a esa pieza que decía: “Carmen, se me perdió la cadenita…” de una agrupación llamada “Sonora Dinámita” (¡Upa!). Así como ese tema, estoy seguro que nunca hubiera conocido muchos otros de no ser por Eleazar. Raphy Leavit, Jhonny El Bravo y Odilio González, — ¡tan insólito para mi que todavía los recuerdo! — eran de sus preferidos. De ellos nos dejó escuchar muy seguido temas como Yo tenía una luz, La Corte y El Buen Pastor, cuando ya tenía edad para usar el carro de su papá y nosotros nos colabamos.

Lo que si puedo compartir con mi pana del alma, Eleazar, es el gusto — casi devoción — que me consta tiene por el Gran Combo de Puerto Rico. Esos temas con letras jocosas como el Caballo pelotero, Los zapatos de Manacho, La eliminación de los feos y El Pío, pío nunca podían faltar. De paso son temas que asocio mucho a la época en que ibamos a Caricuao a jugar pelota. Me vienen a la memoria los pasillos de los bloques de la UD-5 donde se escuchaban a lo lejos estos grandes temas del grupo puertoriqueño, cuando transitabamos desde y hacia “El Yanesito”.

Pero paralelamente a este ciclón de cultura latina, y con la complicidad del Gordo Carlos, seguíamos también la música pop en inglés. Y aquí debo confesar que desde entonces me inclino más por ésta. De hecho siempre digo que aprendí a hablar inglés cantando. Junto al “Dogor” me ponía a escuchar los programas radiales de Alfredo Escalante (“La música que sacudió el mundo”), Plácido Garrido por Capital 710 y Carlos Eduardo Ball con su espacio “Las Consentidas del Color”, en el radio multibandas de su hermano Orlando (QEPD). Casualmente luego me hice pana — jugando pelota — del operador que “Charlie” Ball siempre mencionaba: Carlos Efraín Martinez “Mc Cartney”. Los domingos me acostaba a media noche para ver el “Midnight Special” con la traducción en “off” de Jesús Leandro, donde se pudieron ver los primeros video clips de la historia. Todo esto a pesar de los regaños de mi mamá… “¡Vete a acostar muchacho que mañana hay clases!”

Pero esto era una actividad tipo “underground” (en la superficie todo era salsa) donde escuchabamos desde King Crimson hasta ABBA, pasando por Barry White. Luego apareció el Disco music y le propinó un duro golpe a la salsa. Por supuesto me enganché tanto a este género que todavía cuando recientemente nos hemos reunido en casa de Arnaldo (White Point) siento gran emoción recordando los grandes temas de France Jollie, Gary’s Gang y Voyage. Vicente era otro de los que se empataba en la nota “agringada” y también aprendió algo de inglés repitiendo como loro al principio y luego siguiendo las letras en los cancioneros que venían encartardos en algunas revistas de farándula y que a falta de internet era la única manera de tenerlas a mano. Recuerdo que junto a Vicente aprendí de memoria “Reminiscing” que tiene una letra algo compleja y “Baby come back“.

Recientemente el “Dogor” me decepcionó y es que con el tiempo como que olvidó todo esto. Lo sospecho porque a través de WhatsApp le preguntaba no hace mucho por una canción instrumental de Tierra, Viento y Fuego que para nosotros era icónica y no tenía ni idea de lo que le estaba hablando (What?). Me costó como dos meses descubrir que el tema en cuestión era “Diosa Solar“… ¡por Dios Gordo Carlos! ¡Imperdonable! Si fueran otros tiempos te desprendiera de golpe todos los broches de la camisa. Espero que no hayas olvidado cuando intentabamos grabar alguna canción directamente de la radio, ligando que el locutor no hablara hasta que finalizara, o cuando intentábamos copiar la traducción al español que de vez en cuando radiaba alguna emisora del tema del momento.

La era de las minitecas fue una invasión cultural que relegó bastante a la salsa. Todos los viernes y sábados la pregunta era: ¿Dónde es la fiesta hoy? pero sobre todo: ¿Cuál es la miniteca? para ver si se podía uno colar llevando aunque fuese los cables. Casi todos los fines de semana había bonche en Montalbán y Miguel, Gregorio y Julio no podían faltar. La verdad yo lo hice muy de vez en cuando… y me arrepiento. Ellos si eran unos “arroceros” consagrados. Este fue un momento donde se volteó la tortilla y los “salsomanos” tenían que esperar largo rato a que viniera el set de salsa o merengue para darle sentido a su asistencia al sarao. Recuerdo mucho al Pollo y a Julio, persuadiendo al DJ de turno a tales efectos.

(Continuará…)

¿Te gustó este artículo?

donar-pay-pal

Leave a comment

Create a free website or blog at WordPress.com.

Up ↑