Memorias de La Pradera. (Parte 6: El Cine)

Ya entrados plenamente en la adolescencia la música y las rumbas complementaron el tiempo que antes estaba dedicado casi por completo al deporte. Las minitecas del momento jugaron un rol muy importante en reforzar este interés en la mayoría de nosotros y los fines de semana la tarea era “rastrear” dónde serían las fiestas programadas en toda Montalbán. Si acaso el que ponía el sonido era un “pana”, la entrada estaba garantizada.

Era el momento del “levante”. En cada fiesta había una chica que centraba las miradas y de la que todos buscaban captar su atención. Para ello era que se procuraba la mejor vestimenta, el mejor perfume y los mejores pasos de baile. Con un poco de suerte estos elementos daban la oportunidad de un baile y de allí en adelante quién sabe.

Un poco después vendría la época de las discotecas. Ya no era el paso furtivo a una fiesta eventual sino la presencia en el local de moda a donde se asistía a socializar. Uno de los primeros sitios que recuerdo fue Estudio 54 ubicado entonces en el Centro Comercial Bello Campo. Allí los domingos se hacían matinés que eran perfectos para disfrutar de una tarde escuchando — a todo volumen — los éxitos del momento y regresar a La Pradera antes de anochecer.

Ya cuando incluso algunos de nosotros contabamos con vehículo surgió un lugar que para los de nuestra época fue totalmente emblemático: Paladium. Allí se podía encontrar — casi a diario — a un grupo de La Pradera que hizo del local su segundo hogar. Los que llevaban el estandarte eran Eleazar, Gregorio, Miguel y por supuesto Julio, quien me consta deleitaba a los asistentes con sus faenas de bailes coreográficos casi acrobáticos, cuando el ambiente se plenaba de ritmos latinos. Por otra parte Julio se convirtió en un “influencer” de la moda gracias a sus frecuentes viajes a Nueva York como “maletero” y su estilo rimbombante de vestir.

Lo más increible es que ninguno consumía licor. Se pasaban la noche tomando agua y si acaso unos tequeños para acompañar, cuando el bolsillo lo permitía. Quizá Miguel y Gregorio ya empezaban a tomarse algún trago que “campaneaban” y estiraban lo más que pudiesen, pero tanto Eleazar como Julio le entraban durísimo solo al H²O para hidratarse después de tanto baile.

El Cine.

Una de las aficiones que compartíamos la gran mayoría en La Pradera era la de ir al cine. La emoción de poder ver la película del momento, justo el día de su estreno, nos afanaba. Muchos fueron los títulos que nos hacían planificar viajes al otro lado de la ciudad para disfrutar de dos horas de distracción a bajo costo. Aún recuerdo el apoteósico estreno de “Tiburón” (1975). Las colas que se formaban en el Centro Vista — subiendo a Colinas de Vista Alegre — eran interminables, pero de alguna forma nos la arreglábamos para entrar a tiempo a la función. ¡Y claro que fuimos más de una vez!

Después vendrían “Rocky” (1976), “Fiebre del sábado por la noche” (1977), “La guerra de las galaxias” (1977) y un larguísimo etcétera porque las veíamos todas, absolutamente todas, así que no tenían que ser un gran clásico para contar con nuestra presencia en la sala. Como dije antes, repetíamos muchas, pero sin duda la que ganó todos los premios en este sentido fue “Vaselina” (1978). Para aquel momento el Centro Comercial Uslar estaba de estreno y sus dos cines eran nuestro refugio cada lunes, cuando se aplicaba la tarifa de mitad de precio (Bs. 5). Fue así como varios de nosotros presenciamos quince semanas seguidas esta película (¡15 semanas consecutivas!). Ya nos sabíamos todas las canciones e incluso los diálogos, incluidos los gestos de los personajes. Vaselina fue una verdadera locura.

También recuerdo muy bien las primeras tentativas de ver alguna película para la que aún no teníamos la edad suficiente según la censura. No sé cómo pero de alguna forma nos enteramos de una pequeña terraza improvisada sobre el techo de un taller ubicado al inicio de la Cota 905 que estratégicamente ofrecía una vista medianamente clara de la pantalla de proyección del antiguo Cinemovil La Paz, que entonces llenaba el espacio que hoy ocupa el Centro Comercial Galerias Paraiso. Allí un montón de “pelados” en cuclillas, vimos con ansiedad los senos — cuando eran naturales — de Haydée Balza en el “Pez que fuma” y los de una que otra actriz desconocida de las que llenaban el reparto de las nefastas producciones sureñas de Jorge Porcel y Alberto Olmedo.

Otra opción a la que apelamos para burlar la censura, fue usar los binoculares para alcanzar a ver — a pesar de la distancia — la pantalla del Auto Teatro Paraiso, a unos 100 metros del Colegio Pedro Fontes. Los apartamentos que daban hacia la avenida, ofrecían esa posibilidad. Allí luchábamos contra esta incomodidad solo por ver a la irresistible Silvia Kristel en el clásico del erotismo “Emmanuel” o para seguir con atención “La historia de O”, no precisamente por su trama. Sin embargo lo que causó el mayor impacto fue el descubrimiento de Boluta de un cine que precisamente llevaba ese nombre: Cine Impacto.

Allí no se proyectaban películas eróticas sino abiertamente pornógráficas en funciones coninuadas y lo que nos llevó allá fue la promesa de poder entrar aunque la exigencia de la censura era de al menos 21 años. Compañeros de clase de David (QEPD) fueron los que le comentaron de este lugar, que funcionaba en el treatro de la vieja Casa Sindical y que aún hoy en día se encuentra en el extremo sur del Puente Santander, entre El Paraiso y San Martín. A pesar del temor, la invitación era muy tentadora, así que ante la insistencia de Boluta, Vicente, Tomásito y mi persona nos vimos acompañándole en su caminar desde El Torreón a encontrarnos con la más cruda expresión de la sexualidad. Al llegar a la reja de entrada pudimos ver a buena cantidad de muchachos — muy evidentemente menores de edad — acercándose tímidamente a la taquilla para solicitar su entrada.

A nosotros nos costó algunos minutos decidir quien iba primero, pero procedimos envalentonados viendo que el portero se hacía de la vista gorda con los casi niños que entraban. Pasó primero Boluta y el resto le seguimos a la oscurísima sala donde se hizo un silencio sepulcral el resto de la función. De allí salimos aturdidos un par de horas después con un dolor agudo en los testículos que solo se alivió al llegar al baño de la casa, que ocupamos por largo rato. Por supuesto que esto nos lo confesamos días después porque el regreso fue en total mutismo, todavía bajo el “Impacto” de aquello y aguantando las puntadas en las mencionadas partes íntimas.

Memorables también fueron las idas al Cine Trebol, al que nos gustaba frecuentar ya que fue uno de los primeros que ofrecía distintas películas en un mismo sitio. Algunas veces viajabamos hasta allá un grupo que luego nos repartíamos en varias salas para ver distintas películas. Estaba donde ahora se erige el Centro Comercial Millenium en Los Dos Caminos y de allí recuerdo cuando en una ocasión me fui con el Gordo Carlos a ver la película de terror “Carrie” de 9 a 11 pm y luego no hallábamos cómo regresar porque el “Antímano-El Marquéz” nada que pasaba y como siempre andábamos justo con el pasaje en el bolsillo.

Muchas veces se formaron desordenes en las funciones donde entrabamos. Ni hablar si el grupo era grande. Pero sin duda alguna el recuerdo más desastrozo fue el día que decidimos ir al Cine El Pinar a ver “Juan Salvador Gaviota”. ¡Mala decisión! Esa tarde éramos como quince los que nos animamos, sin muchas expectativas y más bien animados por la ociosidad, a ver esta sublime película. Precisamente lo sublime fue lo que provocó que a los pocos minutos de iniciada la función comenzarán las escaramuzas. Estabamos en “Balcón” y otro grupo de jodedores a nivel de “Patio” — también inquietos y aburridos — inició el zafarrancho cuando uno de ellos con una vocecita burlona dijo en el silencio: “tu mamá”. Bastó y sobró para que todo el mundo lo insultara y le gritara barbaridades. Se calmó el asunto pero al rato provocadoramente, y con toda la intención de sabotear, volvió la misma vocecita: “tu mamá”. Esto se repitió varias veces.

De allí en adelante la película pasó totalmente a segundo plano — prácticamente inexistente — y lo principal fue el contrapunteo de insultos, gritos, epítetos, groserías entre los dos grupos. Esto derivó en un frenesí tal que un zapato — modelo “pisa mojones” para más señas — de La Tella fue a dar a la pantalla, se derramó un refresco del balcón al patio y la gritería llegó a tal extremo que por más fuerte que gritara no lograba escucharme. Por momentos pensé que me había quedado sordo. Estabamos todos en la sala totalmente fuera de control, hasta que los encargados del cine detuvieron la proyección, prendieron las luces y desalojaron la sala quedando suspendida la función. Ese día casi me orino de la risa… bueno la verdad es que algunas gotas vencieron a mi esfinter.

Cuando inauguraron los cines del Centro Uslar fue todo un suceso. Hasta entonces había que ir al menos hasta Plaza Venezuela — al Pequeño Teatro del Este — para disfrutar de alguna película, y ahora teníamos una sala al cruzar la calle con “Sensurround Sound” y todo. Sin embargo por ser la única oferta de la zona y el aforo de las salas muy modesto, en muchas ocasiones y sobre todo en películas muy populares, se pasaba trabajo para conseguir entradas. Lamentablemente no disfrutamos de privilegios con algún portero que nos permitiera pasar evitando tumultos y/o el costo del boleto.

(Continuará…)

4 thoughts on “Memorias de La Pradera. (Parte 6: El Cine)

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  1. Los cines Montalban se inauguran en 1977, Montalban 1 con La Guerra de las Galaxias y el Montalban 2 con una película de Charles Bronson de la cual no recuerdo el nombe. Uno de los porteros que trabajó por muchos años se llamaba Juan y el encargado del cine, el popular “Platanote”. Cabe destacar que alguien descubre que desde el baño contiguo a la salida del cine Montalban 2 ( al lado de la dulcería de la que casi me acuerdo el nombre, atendida por una agradable señora que vendía postres caseros) vía remoción del techo raso, se comunicaba con el baño del cine, en consecuencia, cuando se andaba corto de efectivo, un “voluntario” realizaba la travesía entre ambos baños, una vez comenzada la película, el voluntario procedía a abrir la puerta de la salida, y el resto de la manada que sigilosamente aguardaba procedía a ingresar a la proyección de la película. Más de una vez fue detectada la invasion y consecuentemente fue desalojada.

  2. Lips Creo que se la Otra pelicula se llamaba Operacion Telefono. Creo que fue a ver Star Wars unas 8 veces. Hubo un grupo que los sabados temprano nos dedicabamos a lavar carros para luego ir a matine al moderno cine. Tocabamos el intercomunicador y se llegaba a un acuerdo por uno o dos bolivares.

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