Un día Maravilloso (Cuento revolucionario)

Querido diario:

Hoy ha sido un día maravilloso, casi esplendoroso. No solo porque hoy es jueves — día en que puedo adquirir productos para comer — es que todo se ha conjugado para que el día haya transcurrido entre impensables coincidencias y provechosas experiencias.
Desde que amaneció el día todo ha sido dicha. Fíjate que a pesar de que no haber sonado el despertador – se fue la luz toda la noche – un tiroteo muy fuerte en la calle hizo que despertara aún a tiempo para ir a anotarme en la cola del supermercado.

Al entrar al baño pensé que había agotado todas las reservas de agua y de pronto… ¡Oh sorpresa!, recordé un envase plástico que todavía tenía detrás de la puerta de la ducha, por lo que pude cepillarme y lavarme la cara… ¿no es maravilloso? Además hace días nos prometieron por televisión que después de las elecciones se va a normalizar el suministro. Y esta vez tengo el pálpito que es verdad.

Al llegar al supermercado estaban todos mis vecinos ¡Que alegría! Si no fuera así quizá nos veríamos bastante menos ya que cada quien estaría en su explotador trabajo, así que este sistema de distribución de alimentos, organizado inteligentemente por número de cédula, es increíble… ¡nos sentimos más unidos que nunca!

Solo tuvimos que esperar un par de horas para que nos informaran que hoy no llegarían productos para repartir… bueno, nadie es perfecto, pero tuvimos la oportunidad de compartir mientras veíamos avanzar la mañana. Otros vecinos se indignaban y vociferaban… ¿qué te puedo decir? no todo el mundo es capaz de valorar las pequeñas cosas de la vida.

De allí me dirigí al banco para hacer un retiro de efectivo. Antes podía usar los cajeros electrónicos en cualquier momento pero con la guerra económica quedaron inactivos y ahora hay que ir obligatoriamente por la taquilla. Es que la mafia de Cúcuta tiene todos nuestros billetes para falsificar Libras Esterlinas, Marcos Suizos o algo así… si lo dice La Hojilla es porque es cierto, Mario siempre está muy bien dateado.

En los 40 minutos que estuve esperando transporte para dirigirme al banco, pasaron 3 busetas, pero estaban tan llenas que no paraban, así que pensé que algo de ejercicio no me caería mal. Fue así como empecé mi caminata… total el banco apenas queda a unos 6 kilómetros de distancia. Para darme ánimo pensé en todos los kilómetros que recorrió el Ché Guevara para liberarnos… ¡imagínate que llegó hasta Bolivia!

En mi recorrido me di cuenta que no estaba sola, muchísima gente también caminaba incluso tomando parte de las calles, seguramente ejercitándose y recordando al Ché también, porque sus caras se veían circunspectas, introspectivas, lejanas, perdidas… hasta me pareció tristeza, pero descarté enseguida esa percepción ya que vivimos el momento de mayor prosperidad de la patria.

Yo también tuve que tirarme a la calle en varias oportunidades para evitar las montañas de basura que se acumulan prácticamente en cada esquina. Signo inequívoco de que la economía está boyante y nuestro país está en camino — muy adelantado — de ser la potencia que nos anuncian las 24 horas en el canal de todos los venezolanos.

Este gran impulso comercial y tecnológico que hemos vivimos en los últimos años desborda la capacidad de recolección de residuos sólidos, pero eso es un detalle menor ante tanta prosperidad. Hay gente que solo ve lo malo… yo por ejemplo quedé maravillada por el tamaño y los preciosos colores azules, turquesas y esmeraldas de las enormes moscas que pululaban alrededor en grandes cantidades. ¡Bellísimas!

También pude ver cómo actuaban las Brigadas Ecológicas Revolucionarias de Reciclaje (BERR!) que rodeaban los focos de basura tomando sistemáticamente todo lo que podía aprovechar. Y lo que me parece más interesante es que se incorporen familias enteras a esta loable labor. Sin duda un logro que solo puede darse en revolución.

Al fin llegué — bastante sudada pero con mis piernas tonificadas — y me uní a la cola que salía de la entidad bancaria y doblaba en la esquina. Debo confesar que tuve que retomar el recuerdo del Ché para no flaquear. La gente estaba un poco inconforme y no entiendo por qué algunos me insultaron cuando comenté que la solución era que atendieran por número de cédula.

Casi llegando a mediodía y un poco mareada porque no me había dado chance de desayunar – bueno y si hubiera tenido chance tampoco hubiera podido porque no tenía nada en casa, razón por la cual tampoco cené anoche — me di cuenta que era mi turno de atención en taquilla… ¿viste que hora y media pasa rápido? Le comenté al que venía detrás de mí, quien me volteó los ojos (¡que mal educado!).

Mostré mi identificación y mi cheque de Bs.150.000, con la ilusión de tomarme un café pequeño, pero el cajero me informó que solo me podía dar Bs. 10.000. Confieso que en el momento me desanimé un poco pero enseguida pensé: “Laura… igual el café te altera los nervios”… y me retiré de la taquilla porque era el último cheque que tenía ya que el banco — que es un agente imperialista — no me ha entregado la chequera que les solicité hace un mes, argumentado problemas con las divisas… otra vez caí víctima de la guerra económica.

Pero estaba resuelta a que nada iba a ensombrecer mi día así que retomé mi camino de vuelta (6 + 6 son apenas 12 kilómetros) y seguí acondicionando mis extremidades que cada vez se me ven más torneadas. Mientras retomaba el camino de regreso a casa, ni me imaginaba la grata sorpresa que me deparaba el destino.

Cuando me tocó pasar nuevamente por el supermercado, noté a lo lejos un movimiento extraño: ¡parecía que estaban vendiendo! Me apresuré a la entrada y resulta que efectivamente por alguna extraña razón (apuesto a que mi comandante tuvo algo que ver) había una cola pequeña de apenas unas 300 personas a quienes les iban entregando un paquete de harina precocida de 1 kilo… te imaginas, ¡todo un kilo para mi familia! ¡Que dicha! ¡Es mucho más de lo que esperaba!

La espera fue algo larga pero convencida que valía la pena me armé de valor para resistir. Aparentemente la plataforma del Banco de Venezuela no estaba funcionando ¡Otra vez el sabotaje! ¡La verdad es que los apátridas no descansan! Pensé para mis adentros: ¿Quién será el banquero escualido dueño de ese banco? ¡Deberían expropiarlo!.

Por cierto durante la espera – que al final fue solo de un par de horas – estuve observando las personas que salían emocionadas con su paquete de harina PAN — hecha por el pelucón — y aunque estoy segura que todos hubiesen preferido que fuera de una marca socialista… la verdad me extrañó que nadie reparaba en ese asunto.

Un poco preocupada me vino a la mente la duda de estar traicionando a mi comandante comprando esa malvada marca imperialista y pro yanqui. Pensé por momentos retirarme de la cola y hacerle un desplante a esa malvada gente, pero algo muy dentro de mí – sonidos provenientes desde el estómago — me hicieron quedar.

Ya empezaba a caer la tarde cuando orgullosa exhibía entre mis brazos – como quien abraza a un peluche — el paquete más hermoso de harina que había visto en mi vida. Me imaginaba montándole una arepa en el budare a mi hijo y se me amontonaban las lágrimas en los ojos de la alegría… aún con mucho esfuerzo no pude evitar dejar escapar alguna.

Terminé de llegar a la casa entrada la noche con la satisfacción de la misión cumplida y pensando nuevamente en el Ché para armarme de entereza y — a pesar de que sentía algo de cansancio — disponerme a prepararnos unas arepas para, ahora sí, cenar. La mantequilla se nos agotó hace unas semanas atrás pero hasta las arepas “viudas” saben rico.

Iba a despertar a mi hijo para darle la buena noticia – como está un poco débil prefiero dejarlo dormir todo el día — cuando me di cuenta que la bombona de gas ya no daba para encender la cocina. Aunque nuestro comandante nos prometió gas ilimitado, al barrio no llegan las bombonas desde hace un mes. Seguro que — como dice Diosdado — los guarimberos no las dejan llegar. ¡Cuánta maldad!

Pensé en hacer una mezcla de harina y agua para aunque sea tomarnos algo pero olvidaba que el agua vendría el domingo – de 7:00 am a 7:30 am –, así que no era una opción. Guardé el paquete de harina en la alacena sin ningún problema porque el espacio sobra y lo que me quedaba era acostarme a dormir y descansar.

Claro que en vista de todas las cosas maravillosas que me han ocurrido hoy, tenía que dejar constancia en ti, diario querido, de este estupendo día… así que encendí la vela – todavía no llega la luz – y por eso he escrito todo esto con gran emoción y sobre todo con la convicción que mañana será todavía mejor.

¡Buenas noches!

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