La Prepolítica

Cada vez que me preguntan cuánto falta para un cambio político en Venezuela o en general para toda Latinoamérica, respondo algo que nadie quiere oir: ¡Faltan 500 años! Mi interlocutor después de quedar brevemente desconcertado se anima a ripostar un “¿Tanto?” o un “¡Qué exagerado!”.

Por supuesto las veces que se ha tratado de un encuentro casual no ha habido el chance de argumentar y simplemente quedo como un pesimista consumado o como un derrotado desesperanzado. Sin embargo cuando la oportunidad se ha prestado a una conversa, he asomado lo que considero toma tanto tiempo.

Y es que el problema latinoamericano es cultural. El origen de nuestras naciones en este lado del mundo todavía pesa demasiado en la conciencia de la mayoría y no alcanza para que nos creamos el asunto de ser ciudadanos.

Todo ese cuento de ser depositario de la soberanía y que somos parte de una sociedad civil, en realidad en mucho porcentaje solo existe en los papeles sobre los cuales se imprimen las leyes, pero con mucho menos peso en nuestras cabezas.

El Rey mutó en Presidente en latinoamérica.

La condición de vasallaje desde la cual se desprendieron los movimientos independentistas, parecen subyacer aún en nuestra cosmovisión, solo que ahora el rey está encarnado en cada Presidente y la corte real en la oligarquía de turno.

Muy pocos – por no decir casi nadie – pensamos en el gobierno como los administradores de la cosa pública, encargados básicamente de hacer cumplir las leyes para garantizar la convivencia, asumir proyectos de infraestructura que por su naturaleza no son rentables pero convienen al colectivo y ofrecer servicio públicos mínimos.

En realidad todos — ¿Exagero? – esperamos que el Estado provea de cuanta cosa se nos ocurra como si contara con recursos ilimitados que provienen de un mágico saco infinito de cual emergen apartamentos, vehículos, artefactos eléctricos, subsidios, asignaciones, becas, bonos, etc., etc. De nuevo: ¿Exagero?

Es indiscutible que hay una gran mayoría de las personas que habitamos del Rio Grande a la Patagonia que no comprendemos cómo funciona la economía. Tampoco nos hemos preocupado mucho por entenderla a pesar que esta actividad nos rodea desde que nacemos.

No caemos en cuenta que al pretender que el Estado asuma todas estas fantasías en realidad lo que hacemos es darle un poder que no debe tener. El poder de incautar nuestra riqueza — poca o mucha — y administrarla a su antojo.

En algunos países existen variantes y dependiendo el caso esto implica el aumento de los impuestos a niveles escandalosos y en otros más vivarachos se nacionaliza todo lo se pueda para tener control directo sobre el grueso de los ingresos que correspondan a industrias y servicios básicos.

La bendita redistribución: robo legalizado.

Siempre con el discurso de la necesidad de redistribuir unos recursos muy mal repartidos, se avocan entonces a la cruzada del derecho mal entendido, a la perversa querencia de la igualdad material y en realidad lo que resulta una y otra vez son desfalcos descomunales al erario público.

Es por ello que esto tomará 500 años o más, porque lo que se requiere es que cambien las ideas que imperan en nuestra mente en cuanto a la forma de relacionarnos con los que deberían estar a nuestro servicio y que seguimos viéndolos como “el poder”.

A esto es lo que llamo la prepolítica. Es un proceso de adquirir conciencia que antecede a cualquier cambio político. Los políticos tienen como objetivo alcanzar cargos de elección popular, es decir, contar con el favor de los votantes.

Se especializan en desmenuzar las expectativas de su electorado y entonces plantear un proyecto de gobierno – forma elegante de llamar a las falsas promesas –  que sea aceptado por la mayoría. Lamentablemente en nuestras culturas esto es un marginal complemento, porque mucho del éxito o fracaso electoral del candidato se basará solo en su carisma.

El candidato adoptará poses, usará expresiones y un lenguaje que considere atractivo mientras da a conocer sus supuestos planes. Toda esta oferta debe alinearla con la demanda que se percibe en su clientela. Lo que esperamos de él no es respeto a la institucionalidad, reglas claras, condiciones para el progreso, sino más bien dádivas y regalías.

De allí se desprende aquello de que cada país tiene el gobierno que merece y tiene mucha lógica. La oferta se adecuará siempre a la demanda. Cuando los ciudadanos busquemos cosas distintas, aparecerán políticos distintos y gobiernos distintos.

La prepolítica o la manera de concebir la relación Estado-Ciudadano.

No digo que serán mejores o peores porque va a depender a dónde apunten las nuevas exigencias ciudadanas, pero el punto es que mientras no entendamos que coludirnos con los gobiernos en todas sus instancias bajo entramados eternos de corrupción y participar en el clientelismo político son prácticas aberrantes, que la meta debe ser la igualdad debe ser ante la ley y no la igualdad material, y un largo etcétera, no veremos sino solamente cambios de gobiernos, mas no de resultados significativos.

Es síntoma de locura hacer siempre lo mismo y pretender resultados distintos. Aplaudir el reparto insano de lo ajeno y estimular el parasitismo y nuestra dependencia absoluta del Estado, se paga con miseria y falta de libertad. Siempre ha sido así y siempre será así.

La mala noticia – si cabe una más — es que pareciera que el grueso de los que se denominan empresarios no tienen otro plan sino capturar renta de cualquier forma posible, no innovar y ofrecer productos de calidad a nivel global, sino ofrecerles coimas a los que ocupen puestos claves para entonces coronar la mayor riqueza posible a costa del resto de la población.

En el fondo pensamos en los dineros públicos como un botín para los más audaces.

Y todavía peor aún es el soterrado convencimiento – aceptado abiertamente o no – de que si estuviéramos en algún cargo público haríamos lo mismo. ¿Acaso no es para eso que se llega al poder? Es que pensamos que los fondos públicos son una especie de botín que se convierte en recompensa por ser electo.

Las ideas y nuestros pensamientos le dan forma a la demanda política que configuramos como pueblos. Los políticos siempre sabrán leerlas y ofrecer algo acorde para hacerse del poder. Empecemos desde hoy a reflexionar y pensar de manera distinta y como por arte de magia veremos ofertas políticas distintas.

¿Cuánto tiempo tomará para que la mayoría rechace ofertas políticas que incluyan cajas CLAPS, apartamentos regalados, subsidios que enmascaran realidades y bonos que no obedecen a ningún aumento de producción? ¿Cuánto pasará antes de que reconozcamos a lo lejos las consecuencias de estos ofrecimientos para la salud de las naciones?

Lamentablemente temo que no será poco tiempo. ¿500 años? …o ¿me estoy quedando corto? Sea cuanto sea, definitivamente, solo cuando cambie la prepolítica, cambiará la política.

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