Delincuenzuela

Ahora le tocó a Bermudas. Pudiera ser en cualquier otra isla del Caribe. Todavía nos quedan un montón de islas para negociar la paz. La paz del sepulcro. Pudiéramos pasar los próximos 50 años conversando y todavía sobrarían islas para el aparente loable propósito. Solo hay un detalle: no son políticos, son delincuentes. ¡Lástima!

Si acaso el régimen asistiera a esta supuesta ronda de conversaciones a negociar algo, aún así sería un insulto a la decencia y a la dignidad de cada ciudadano venezolano. Y es que con delincuentes no se negocia. A la delincuencia se le combate.

¿Cómo convivir o cohabitar con quien se sabe te ha robado, secuestrado, asesinado y que ha demostrado fehacientemente — y además con gran orgullo — que la ley son ellos y lo que se les venga en gana?

Patraña en el Caribe.

Pero es que además todos sabemos que ellos no asisten a la patraña caribeña con ese fin. Solo están comprando tiempo para nuevamente apaciguar los momentos difíciles que transitan en términos locales e internacionales. Si este año culmina con la bandera del PSUV ondeando en Miraflores, habrán superado un escollo llamado Guaidó.

El corajudo Presidente de la Asamblea Nacional que ha obligado a la mafia gobernante a emplearse a fondo una vez más — al aglutinar un apoyo internacional sin precedentes –, a principio del 2020 estará pasando la batuta a algún otro miembro del parlamento. Vaya usted a saber quién. Vaya usted a saber con cuáles intenciones.

El problema no es político.

Definitivamente nuestro problema, el problema que recorre el casi millón de kilómetros de este rincón del mundo no es político, es delincuencial. Somos una pandilla de delincuentes tras el botín más preciado: un país entero. Y no cualquier país, sino un país con recursos naturales como para robar por el resto de la existencia.

Por ello es que siempre contaremos con macabros aliados que se comprometan con esta inédita y jugosa aventura. El sueño de cualquier delincuente hecho realidad. Un país donde operar sin riesgos y proyectar sin estorbos la globalización luciferina.

El tema de que todos los partidos venezolanos sean socialistas no es cosa menor. Es la evidencia que la comunidad política simplemente concibe el ejercicio del poder para hacerse de los dineros públicos, usando el consabido recurso retórico de la redistribución de los ingresos, que en sus porosas manos siempre permean a favor.

Socialismo al servicio del hampa global.

Desde siempre ha sido así, es nuestro remanente genético, donde el poder no admite ciudadanos, sino súbditos. En eso no hemos evolucionado en lo absoluto. Al contrario, el ascenso al poder del chavismo lo que hizo fue exacerbar esta condición, al punto de propiciar que los tentáculos de la corrupción llegaran a absolutamente todos los rincones del país.

Cuando se tiene un proyecto de sumisión absoluto, lo primero que se debe atacar son los valores y la moral. Con un caldo de cultivo tan favorecedor eso resultó un paseo para los genios intelectuales del socialismo del siglo XXI. Sí, esos que habitan Cuba por todo lo alto desde hace más de 60 años. Corromper a granel fabrica lealtades automáticas que posteriormente son indispensables.

Ser “Caribe”.

Tener vocación de violador de las normas — ser “Caribe” — es un caldo de cultivo invalorable para quienes desean apropiarse de las reservas morales de un pueblo entero hasta someterlo apaciblemente. El punto es que esa traza antisocial parece estar presente en el ADN latinoamericano. Solo que ahora se le dio rienda suelta a los instintos, sin freno alguno, derivando en plaga.

Si en una sociedad escasea el respeto, los resultados no pueden ser muy distintos a los que exhibimos. El delicado borde entre ser irrespetuoso de las normas y convertirse en antisocial, solo requiere de verse atrincherado para siempre en el poder y dedicarse a sembrar la semilla de la impunidad.

¿Cuántos casos de corrupción fueron denunciados en las últimas décadas del siglo XX? ¿Cuál era la percepción de la población en general frente al desempeño de los políticos en referencia a este tema? La corrupción desde muy temprano se instaló en el sistema de vida democrático, ensayado después de que la Vaca Sagrada atravesó el Atlántico.

Los reyes del mambo.

El elemento que faltaba era la asesoría inestimable de los habaneros reyes del mambo. Una vez que el trono fue ocupado por gente aliada a los intentos fallidos del Porteñazo, el Carupanazo y Machurucuto, ya no había resistencia para que la delincuencia actuara a sus anchas y perdiera el pudor. Luego de 20 años de destrucción institucional ya no hace falta ni siquiera guardar las formas: ¡todos a robar a discreción!

Siempre hubo la inclinación por parte de la nomenclatura política de tratar el erario público como un botín, pero había contenciones. Existían factores que constreñían una acción total y generalizada de desatada rapiña. El equilibrio entre partidos servía de barandas institucionales. El predominio rojo las derribó todas.

Actualmente estamos ante un país de delincuentes, en el entendido que los jerarcas promueven con el ejemplo que militares, guardias nacionales, policías municipales y en general todos los cuerpos de seguridad que ostentan el monopolio de las armas de la nación, estén usándolas para ejercer actividades hamponiles.

Y como si esto no fuera suficientemente grave, además se hacen de la vista gorda cuando grupos irregulares – hasta mejores armados que ellos – campean relajadamente a cualquier hora por las calles de nuestras ciudades, imponiendo su voluntad como ley.

Ningún ciudadano venezolano se puede sentir resguardado en su integridad y patrimonio al ver llegar a cualquiera de estos funcionarios. Son tantos y tan variados los casos de robo, secuestro, extorsión, que a nadie le cabe duda que para pertenecer a estos cuerpos de “seguridad” desnaturalizados se debe contar con un comprobado prontuario.

Los criamos aquí.

Pero no hay que perder de vista que esos que hoy atracan y asesinan sin pudor, los criamos aquí, crecieron aquí, estudiaron aquí. Lo que aprendieron, lo aprendieron aquí entre nosotros. Definitivamente sus actuaciones son expresión nuestra, que hace pestilente el pesado aire que hoy respiramos. Un aire que contaminamos todos con lo que hicimos o dejamos de hacer.

Cabe sin duda una reflexión en donde busquemos en lo más hondo de nuestra supuesta venezolanidad, cuánto de delincuente nos corre en las venas, aunque logremos justificarlo artificialmente. ¿Cuánto de nuestros ingresos alguna vez provinieron de una situación de desangre del Estado?

¿Cuánto de esta sempiterna corrupción forma parte de los muebles, vehículos y artefactos que tenemos en casa? ¿Cuánto de esto nos ayudó a la compra del apartamento? Estar enchufado es mucho más que estar en un cargo influyente. Es un estilo de vida que se forja con un cupo en dólares por aquí y una caja CLAP por allá.

Esto no cayó del cielo.

Y es que este desmadre no nos cayó del cielo. Se fue forjando en nuestras calles, en nuestras escuelas, en nuestros hogares. Es un reflejo de una decadencia profunda y triste de un pueblo que perdió su rumbo. Y no debemos seguir culpando a los que elegimos. La culpa no es del ciego sino del que le da el garrote. ¿Acaso merecemos tener un país?

Habrá que emigrar entonces ya no buscando oportunidades de trabajo, medicina, seguridad. Habrá que emigrar buscando decencia, probidad, humanidad y civilización. Ser “vivo” o “Caribe” en realidad debe ser actuar éticamente. Es lo único que conduce a la sustentable buena vida.

Ahora queremos que alguien nos acomode la casa después de la infernal juerga, sin darnos cuenta que arreglar esto requiere de consciencia y cambio interno. Cuando nos demos cuenta que no podemos vivir de los demás y que primero hay que producir antes de consumir — aunque suene injusto a los oídos de los que tienen vocación de parásitos y pregonan la fábula de la justicia social –, empezará algo a cambiar en estas latitudes.

El globo que se hincha como consecuencia directa de apartarnos de la ética, más temprano que tarde, nos revienta en la cara. Cualquier pueblo se envilece aceleradamente actuando bajo el amparo del oprobio y la fantasía populista.

Si no lo creen… pregunten en Delincuenzuela.

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